viernes, 29 de marzo de 2013

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Luz blanca que irrumpe en el lugar proyectando sombras de distintas tonalidades en los rincones y creando pequeños universos para los ácaros que se regodean en el polvo. En las paredes multitud de imágenes, algunas propias, muchas ajenas, todas maquinando una gama infinita de colores que consuelan el blanco espacio. Los muebles familiares, el mierdero de siempre, claramente mi cuarto, mi espacio, mi templo y mi guarida.

Sobre la cama mi cuerpo que yace en silencio, en silencio aparente mientras mi mente planea sobre perennes posibilidades que retozan y se destruyen entre lo habido, lo presente y sueñan con lo que podría ser. Un laberinto mental con estructuras indefinidas que se replantean constantemente en un baile estridente y convulsivo, una búsqueda permanente de un vacío interior que me permita sobrevivir, y más aun, vivir esta ajetreada vida sin que los estímulos e impulsos, sin que los deseos dominen mi pequeña realidad.

La carne se retuerce en la quietud y el silencio, la carne se retuerce en el ensueño. No es placentero, lo atroz invade la existencia y no permite la anhelada tranquilidad… Es una permanente búsqueda del vacío infinito, del vacío que no aspira ni necesita un contenido, búsqueda de serenidad y estabilidad emocional, siempre caminando en el azar de los fronteras cerebrales que suspiran y empujan al abismo existencial.

Miedo, de no concretar ningún sueño, de no ser capaz de afrontar y disfrutar del aislamiento, de la soledad de nacimiento. Miedo del tiempo, de los otros, de mi mismo, del sueño y la vigilia, del devenir, miedo al miedo, de lo intenso del sentir. Vacío… solo añoro ese vacío….