viernes, 20 de mayo de 2011

olor ajeno....


Tarde de visita obligada al museo, contemplación de las íntimas y poderosas soledades internas, apreciación de los productos del pensar, del crear de otros entes humanos, una pretendida objetividad llena de subjetivas apreciaciones acerca del quehacer creativo... y de repente ese olor… ese calor… esa presencia… ¡Ese olor! Corriente pasajera que atraviesa la médula espinal y el sistema nervioso, ese olor que habla de un universo ajeno, ajeno y prohibido, prohibido y distante a pesar de la innegable cercanía encontrada. Ese olor que trastoca la percepción de la realidad circundante, que arrastra la atención, la percepción sensorial, dejando mí ser dislocado en el espacio vacío del no tiempo mental. Olor mensajero de invitaciones al descaro, al desenfreno, a bacanales mentales de creatividad latente, de expresividad incipiente, de pasiones ocultas que no pueden develarse, distractor del instante teórico, opresor del angustiante silencio en que lo implícito quiere mostrarse salvajemente explicito, sensualmente explicito… y no lo hace por respeto de la entidad ajena, del sentimiento  que no puede (o no quiere, o no debe) ser correspondido, de un querer que no puede ser recíproco…
La confusión me invade, el sentimiento me corroe y me corrompe en formas innombrables, quisiera gritar purpureas sensaciones en vientos gélidos y mortuorios… ese olor me destruye y me distrae de la realidad, ese olor que añoro cercano, realmente cercano y no solo percibido. Acumulación de intensidad opalina que refleja una angustia casi religiosa, llanto sulfúreo por lo imposible y añorado, silencio mortuorio por lo que no puede ser. Lo mejor sería la distancia y el olvido, la no percepción de este ente ajeno que me hace querer imposibles… mejor silencio, mejor distancia y olvido, mejor un entierro y nuevas percepciones, nuevas apreciaciones, nuevas apariencias y presencias desconocidas hasta ahora en el devenir de mi realidad…
Tarde de visita obligada al museo, contemplación de las propias falencias y soledades destructivas, fuego crepitante para un creador que ha de aprovecharse exhaustivamente pues no es eterno; y ese olor en las corrientes del viento, ese olor en las pasionales corrientes sanguíneas, ese olor prohibido que no debo percibir más. Demasiado hormonal y demasiado solo, solo en compañía, solo en un silencio que desea. ¡Silencio! Mejor no decir más…

1 comentario:

  1. es una pena, ese olor tenía un cuerpo. Si al menos hubieras alcanzado el cuerpo y enfrentádote a ese ser, con todas esas palabras, capaz que el poseedor de ese olor sublime hubiera estado a la altura de corresponder con otro acto sublime y entonces el infinito vacío hubiera sido remedado, cuando menos por un momento. Hubiera sido uno de los pocos momentos sublimes de una vida.
    un abrzo

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